Frente a tantos y tantos libros sólo
entretenidos, ingeniosos, eruditos, o muy doctos, pero de un solo encuentro,
frente a tantos papeles de usar y tirar, como la prensa periódica y los
folletos informativos, los textos literarios se definen por admitir más de una
apasionada lectura. Y, entre otros, los clásicos son los que admiten e invitan
a relecturas incontables.
Son
estos textos a los que uno puede una y otra vez volver con confianza y alegría,
como uno retoma la charla con viejos amigos, porque conservan siempre algo más
para decirnos y algo que vale la pena rescatar en nuevas reflexiones. Tienen la
virtud de suscitar en el lector íntimos ecos, es como si nos ofrecieran la
posibilidad de un diálogo infinito. Por eso, pensamos, perduran en el fervor de
tantos y tan distintos lectores. Son insondables, inagotables, y en eso se
parecen a los mitos más fascinantes, en mostrarse abiertos a nuestras preguntas
y reinterpretaciones.
Podríamos
clasificar a los clásicos como “la literatura permanente”- según frase de
Schopenhauer-, en contraste con las lecturas de uso cotidiano y efímero, en
contraste con los best sellers y los
libros de moda y de más rabiosa actualidad. Suelen llegarnos rodeados de un
prestigio y de una dorada pátina añeja; pero son muchos más que libros
antiguos, aureolados por siglos de polvo. Conservan su agudeza y su frescura
por encima del tiempo. Son los que han pervivido en los incesantes naufragios
de la cultura, imponiéndose al olvido, la censura y la desidia. Algo tienen que
los hace resistentes, necesarios, insumergibles. Son los mejores libros “con
clase”, como sugiere la etimología latina del adjetivo classicus.
Los
autores clásicos son quienes han dejado en sus libros, en sus textos de larga
tradición, los mensajes más perdurables y las palabras con mayor fuerza
poética. Son los intérpretes privilegiados de la fantasía y la condición humana
cuyas voces lejanas podemos escuchar gracias a sus escritos. Mediante el
lenguaje el ser humano puede ejercitar la imaginación y la memoria en viajar al
pasado y en la previsión del futuro. La escritura facilita enormemente esos
viajes sobre el tiempo. Con la imaginación y la memoria podemos evadirnos del
presente inmediato, saltar por encima de las circunstancias y situarnos junto a
esos escritores antiguos. Gracias al lenguaje, gracias a la escritura y al arte
de leer.
Carlos García Gual.