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lunes, 24 de octubre de 2016

ANALISIS DE SINTAGMAS NOMINALES


1.      seis grandes tiendas grises
2.      cada una con una letra negra
3.      las cinco primeras tiendas
4.      otra espesa capa negra
5.      esa parte abierta de las cajas
6.       su hoja de papel amarillo
7.      el abuelo de su amigo Alfonso
8.      el hilo de la explicación
9.      las hermanas García, compañeras del instituto
10.  la voz aguda de los gorriones
11.  un año mayor
12.  vuestra mano izquierda
13.  varias trampas mortales de los cazadores de ciervos
14.  esas familias de pavos reales
15.  cualquier zona de tierra cultivada
16.  una docena de patos amarillos
17.  todos los alegres farolillos de las verbenas
18.  más cubos de agua fría
19.  algunas hendiduras de las baldosas
20.  la madre de Margarita
21.  vuestra tía Alejandra
22.  todas aquellas sábanas dobladas
23.  la verdad sobre su misterioso abuelo
24.  dos líneas curvas
25.  la extraña mirada de su amigo
26.  cuatro tazas de chocolate caliente
27.  pocos restos de la merienda campestre
28.  el primer trozo de la tarta de chocolate
29.  una hermosa voz de barítono
30.  el tarro de la mermelada de fresa
31.  el final de la emocionante película
32.  bastantes cuadernos de color rojo
33.  la hojita tierna de los sauces vecinos
34.  algunos cordones de las zapatillas deportivas

35.  el asombroso descubrimiento del profesor Peláez

LA REGENTA

El ruido, las luces, la algazara, la comida excitante, el vino, el café... el ambiente, todo contribuía a embotar la voluntad, a despertar la pereza y los instintos de voluptuosidad.... Ana se creía próxima a una asfixia moral.... Encontraba a su pesar una delicia intensa en todos aquellos vulgares placeres, en aquella seducción de una cena en un baile, que para los demás era ya goce gastado.... Sentía ella más que todos juntos los efectos de aquella atmósfera envenenada de lascivia romántica y señoril, y ella era la que tenía allí que luchar contra la tentación. Había en todos sus sentidos la irritabilidad y la delicadeza de la piel nueva para el tacto. Todo le llegaba a las entrañas, todo era nuevo para ella. En el bouquet del vino, en el sabor del queso Gruyer, y en las chispas de la champaña, en el reflejo de unos ojos, hasta en el contraste del pelo negro de Ronzal y su frente pálida y morena... en todo encontraba Anita aquella noche belleza, misterioso atractivo, un valor íntimo, una expresión amorosa.... (…)
Álvaro, en cuanto vio a la Regenta en el salón, sintió lo que él llamaba la corazonada. Aquella cara, aquella palidez repentina le dieron a entender que la noche era suya, que había llegado el momento de arriesgar algo. Nunca había desistido de conquistar aquella plaza. (…)
Ana sintió que un pie de don Álvaro rozaba el suyo y a veces lo apretaba. No recordaba en qué momento había empezado aquel contacto; mas cuando puso en él la atención sintió un miedo parecido al del ataque nervioso más violento, pero mezclado con un placer material tan intenso, que no lo recordaba igual en su vida. El miedo, el terror era como el de aquella noche en que vio a Mesía pasar por la calle de la Traslacerca, junto a la verja del parque; pero el placer era nuevo, nuevo en absoluto y tan fuerte, que le ataba como con cadenas de hierro a lo que ella ya estaba juzgando crimen, caída, perdición.
Don Álvaro habló de amor disimuladamente, con una melancolía bonachona, familiar, con una pasión dulce, suave, insinuante.... Recordó mil incidentes sin importancia ostensible que Ana recordaba también. Ella no hablaba pero oía. Los pies también seguían su diálogo; diálogo poético sin duda, a pesar de la piel de becerro, porque la intensidad de la sensación engrandecía la humildad prosaica del contacto.
Cuando Ana tuvo fuerza para separar todo su cuerpo de aquel placer del roce ligero con don Álvaro, otro peligro mayor se presentó en seguida: se oía a lo lejos la música del salón. (…)

jueves, 6 de octubre de 2016

TEXTO JUNIO 2013

PAU Madrid junio 2013 Texto B

Comencé a vincularme con la lectura en casa de una maestra, doña María. Vivíamos en Cruz del Eje, al noroeste de la provincia de Córdoba. En esa época recién se ingresaba a la escuela primaria con seis años de edad. No había jardín de infantes. Doña María enseñaba en su galería cubierta por un techo de cinc. Éramos varios estudiantes de diversas edades, y la mayoría recibía lecciones para superar sus dificultades en la escuela. Las primeras hojas de mi cuaderno mostraban una avergonzada torpeza. Las volvía a mirar para cerciorarme de mis progresos. Hasta que esa mujer de cabellos blancos me enseñó que cada sonido podía ser dibujado y luego identificado mediante un dibujo específico. Por eso a la "m" le decía "mmm", no "eme". Tanto me impresionó el descubrimiento que lo mostré a mis padres. Ellos sonrieron y pusieron delante de mí libros y periódicos que apoyaban esa revelación.
Pero después me negaba a leer. Una impaciencia exagerada me hacía abandonar el esfuerzo. Mi madre era una persona a quien no la asustaba ningún esfuerzo, y menos si debía aplicarse para la conquista de la cultura. Una tarde dijo que me llevaría a la biblioteca pública. ¿La qué? No entendí y fui arrastrado de la mano, por no decir de las orejas.
Éramos muy pobres, pero cuando ingresé a la biblioteca junto a mi madre, me pareció haber cambiado de mundo. Paredes tapizadas con enjoyados lomos de libros sobre los cuales se cerraban grandes ventanas de cristal. Pisos de mosaicos brillantes. Mesas de dos aguas para los diarios. Una enorme mesa horizontal cargada de revistas. Y el escritorio de la señorita Britos. Mamá me presentó, ella sonrió con ternura y me invitó a tomar asiento, mientras me entregaba revistas con ilustraciones infantiles. Su técnica fue simple. Me entusiasmó con las historietas y luego con breves aventuras, cada vez menos cortas, hasta que recalé en autores que no podía abandonar.
Entre los 16 y 14 años devoré casi todas las maravillas de ese santuario. Le debo más de lo que me atrevo a confesar.


(Marcos Aguinis, en La Nación (Buenos Aires), 21/04/2012)