I)
El sauce llorón es un arbolillo de
ocho o doce metros, a veces algo mayor, con tronco derecho de corteza parduzco.
Ramas delgadas, muy largas y flexibles, de corteza pardo-agrisadas o
pardo-rojizas, incapaces de soportar su propio peso, cuelgan flácidamente hasta
casi tocar el suelo. Tiene las hojas muy estrechas y alargadas, lineales o
lanceolineares, con peciolo corto, alternas, estrechas en punta alargada y con
el borde finamente aserrado o casi entero.
II)
Yo recordaba nebulosamente aquel
antiguo jardín donde los mirtos seculares dibujaban los escudos del fundador,
en torno de una fuente abandonada. El jardín y el palacio tenían esa vejez
señorial y melancólica de los lugares por donde en otro tiempo pasó la vida
amable de la galantería y del amor. Bajo la fronda de aquel laberinto, sobre
las terrazas y en los salones, habían florecido las risas y los madrigales,
cuando las manos blancas que en los viejos retratos sostienen apenas los
pañolitos de encaje, iban deshojando las margaritas que guardan el cándido
secreto de los corazones.
Ramón
María del Valle-Inclán Sonata de otoño
III)
Por los muelles y las calles
aledañas pululaban marinos viejos de rostro curtido; solían llevar el pantalón
arremangado hasta la rodilla, blusón a rayas horizontales y gorro frigio.
Fumaban pipas de caña, bebían aguardiente y comían cecina y unos bizcochos que
dejaban secar durante semanas; también succionaban limón con avidez; eran
lacónicos con la gente, pero hablaban a solas sin parar; rehuían el contacto
humano y eran pendencieros pero acostumbraban a ir acompañados de un perro, un
loro, un galápago o algún otro animalito al que prodigaban mimos y atención. En
realidad sufrían un trágico destino: embarcados desde niños como grumetes, no
habían regresado hasta la vejez a su tierra natal, a la que ya solo les unía la
memoria. El vagabundear continuo les había impedido formar una familia o anudar
amistades duraderas. Ahora, de regreso, se sentían extraños.
Eduardo
Mendoza La ciudad de los prodigios
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