Menorca es una isla
luminosa y radiante, bañada por el esplendoroso sol mediterráneo y por la
aséptica blancura de la cal que a veces cubre hasta los tejados de las casas.
El blanco de la cal, el verde de la campiña y el azul del cielo y del mar son
los tres colores esenciales que componen la bella sinfonía en color que es
Menorca. Visitar la isla es asomarse a una maravillosa tierra de promisión en
la que todo es sencillo y amable, como sus habitantes, viejo y actual como la
humanidad, e inédito y desconocido como una tierra recién alumbrada. Porque
Menorca, por sorprendente que parezca, es una isla casi desconocida, o al menos
no descubierta totalmente por el moderno turismo. En su costa, accidentada y
diversa, se suceden magníficas calas y playas, unas en vías de urbanización y
otras íntimas y solitarias, en las que todavía no ha pisado el hombre. El mar
es un elemento permanente en su geografía, y sus numerosos abrigos y puertos
naturales ofrecen un marco ideal para la práctica de todos los deportes
náuticos.
El relieve de Menorca es, en general, escasamente
accidentado. Su mayor altura se halla en el monte Toro, en cuya cima, desde la
que se ofrecen magníficas vistas, se levanta un santuario dedicado a la Virgen
Patrona de la isla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario