La evolución tecnológica de los
últimos años apunta que estamos atravesando una auténtica revolución
tecnológica de los asuntos militares. Cuando antes eran necesarios decenas de
aviones para destruir un objetivo, ahora se logra con muy pocos, gracias a las
bombas inteligentes, o con misiles de crucero desde la distancia; el combate
cuerpo a cuerpo ha sido relegado para disparar desde la impunidad; los
satélites permiten conocer el movimiento y emplazamiento de las tropas, propias
y enemigas, en tiempo real; los ordenadores son capaces de asimilar millones de
datos de información y presentar un cuadro manejable para mandos y soldados;
las comunicaciones enlazan a las tropas, volviendo casi transparente el campo
de batalla. La “niebla de la guerra” de la que hablaba Clausewitz comienza a
disiparse.
Esta
revolución técnica aporta nuevas capacidades y formas de hacer la guerra. En
gran medida se vio en Kosovo. Ahora se trataría de enfocar estas capacidades
para hacer efectiva una estrategia que combine las defensas y la represalia.
El
nuevo orden internacional, estratégico, es muy exigente. Tiene que dar cuenta
de la herencia del pasado y cerrar las heridas que siguen abiertas,
esencialmente a través de las misiones de apoyo amplio a la paz y la
intervención en conflictos civiles donde no hay el más mínimo respeto por la
vida. Pero no puede quedarse ahí, cómodamente repitiendo lo que ya sabemos del
pasado. También tiene que prepararse para dar respuesta a los retos no ya de
hoy, sino de mañana. En ese sentido, hay que ser consciente de que el sueño de
un mundo en paz y tranquilidad, un nuevo orden de concordia a través de las
Naciones Unidas, no es más que un bello espejismo.
Pero
también debemos permanecer abiertos a lo nuevo y desconocido. Los atentados del
martes 11 de septiembre fueron una gran sorpresa y no solo por su ejecución.
Nada lleva a pensar que mentes tan privilegiadas, aunque para lo malo, como
quienes pensaron y diseñaron los ataques no sigan pensando en otras formas tan
asimétricas de enfrentarse al mundo occidental, al que quieren destruir.
Rafael
L Bardají
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