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martes, 4 de febrero de 2020

EL SIGLO XVI: EL RENACIMIENTO (III)


GARCILASO DE LA VEGA

1.- VIDA

Nació en Toledo (h. 1501), en una familia ilustre. Intervino en la guerra de las Comunidades a favor de Carlos I. Como soldado intervino en diversas campañas imperiales y estuvo cerca del emperador. Ya casado, se enamoró de Isabel Freire, dama de la emperatriz, que iba a inspirar gran parte de su poesía, aunque últimamente esto se está cuestionando. No fue correspondido e Isabel contrajo matrimonio, con desesperación del enamorado. Vivió en Italia dos años lo que le sirvió para profundizar en las novedades de origen italiano. Se distanció del emperador y sufrió destierro, aunque siguió sirviéndole. En 1533 murió Isabel y el poeta la evocó en versos conmovedores. Murió en Niza en 1536 a causa de las heridas sufridas al intentar escalar una fortaleza en acción de guerra contra Francia.

2.- OBRA

            La producción literaria de Garcilaso, exclusivamente poética, es muy breve. En metro italiano escribió: una oda, una epístola, dos elegías, tres églogas, cuatro canciones y treinta y ocho sonetos. En su mocedad había escrito a la manera cancioneril en octosílabos; pero se conservan muy pocas de estas composiciones.
            No publicó ni un solo verso en vida. Al morir su amigo, Juan Boscán, la viuda de este imprimió los textos de ambos en un solo volumen (1543). Pronto, sus poesías se publicaron aparte y comenzó su reconocimiento y la admiración hacia su poesía.

3.- SIGNIFICADO DE SU OBRA

            Cuando Juan Boscán, instigado a su vez por el embajador Navagiero, le hace leer los poetas italianos y entre ellos a Petrarca, queda deslumbrado. Allí no hay juegos de palabras (como ocurría en la poesía de los Cancioneros), sino un corazón enamorado que trata de comunicar al lector emociones sinceras. No se trata de exhibir ingenio, sino de que dos espíritus, el del poeta y el del lector, se fundan en un mismo sentimiento.
            Por otra parte, el endecasílabo, combinado o no con el heptasílabo, concedía mayor espacio al discurso que el octosílabo. Se podía manifestar con mayor naturalidad. Incluso las rimas, que en los Cancioneros eran muy sonoras, se atenuaban en la poesía italiana (Garcilaso utilizará siempre rimas “fáciles”: -ía, -ado, ido, ura, etc.). Y las estrofas, tan perfectas, en especial el soneto, permitían un juego más libre.
            Garcilaso aprende, en definitiva, que la forma poética no debe prevalecer sobre la emoción lírica. Y hace algo más que introducir los metros italianos: instala en nuestra literatura, para siempre, un lirismo que busca la comunión de sentimientos con el lector. Con él comienza la lírica española moderna. Es el fundador y maestro de la poesía amorosa.

4.- EL LENGUAJE DE GARCILASO

            En su tiempo, el castellano está experimentando importantes cambios fonéticos. Y también pugnan en el uso viejas y nuevas palabras. Garcilaso, con buen instinto idiomático, opta normalmente por las formas que acabarán prevaleciendo en nuestro idioma. Ello contribuye a que siempre haya sido leído con facilidad.
            Su revolución encontró resistencias entre los partidarios del octosílabo tradicional, Los ausaban a él y a Boscán de “traidores”, de que sus versos resultaban “blandos” y de que no se sabía “si eran verso o prosa”.

SONETOS

Soneto XXIII (pág. 213 del libro)

Soneto IV

    Un rato se levanta mi esperanza,
mas cansada de haberse levantado,
torna a caer, que deja, a mal mi grado,*              *a mi pesar
libre el lugar a la desconfianza.

     ¿Quién sufrirá tan áspera mudanza
del bien al mal? Oh corazón cansado,
esfuerza* en la miseria de tu estado,                   *saca fuerzas
que tras fortuna* suele haber bonanza!              *adversidad

     Yo mismo emprenderé a fuerza de brazos
romper un monte que otro no rompiera,
de mil inconvenientes muy espeso;

     muerte, prisión no pueden, ni embarazos,*   *obstáculos
quitarme* de ir a veros como quiera,                  *impedirme
desnudo espíritu u hombre en carne y hueso.

Soneto V

     Escrito está en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo:
vos sola lo escribisteis; yo lo leo
tan solo que aun de vos me guardo en esto.

     En esto estoy y estaré siempre puesto,
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

     Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;

     cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

Soneto XIII

   A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos qu’el oro escurecían;

     de áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros que aun bullendo ’staban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.

     Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.

     ¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,
que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!

*La lira

Entre las estrofas que Garcilaso introdujo en nuestra poesía, tomándolas de la italiana, tuvo singular fortuna la lira, compuesta de versos endecasílabos y heptasílabos (7a 11B 7a 7b 11B). La utilizó en un solo poema, la Oda a la flor de Gnido, cuyo primer verso contiene la palabra lira, que, en nuestra literatura dio nombre a tal estrofa.

   Si de mi baja lira
tanto pudiese el son que, en un momento,
aplacase la ira
del animoso viento
y la furia del mar y el movimiento…

         Está dirigida a una dama napolitana que vivía en el barrio Gnido.

         Esta estrofa, de escasa importancia en Italia, fue genialmente empleada por nuestros poetas, entre ellos fray Luis de León y San Juan de la Cruz.

*Las églogas

         Son poemas bucólicos en que dos o más pastores expresan alternativamente sus quejas amorosas. La Égloga I es la más célebre de Garcilaso. Consta de 421 versos, distribuidos en estancias (estrofas de endecasílabos y heptasílabos, con orden fijado por el poeta, que se repite a lo largo del poema).
         En ella, Salicio lamenta el desdén y la infidelidad de Galatea, y Nemoroso evoca su amor por Elisa y llora su muerte, con versos de incalculable belleza. Tras ambos pastores se encuentra Garcilaso que canta las dos circunstancias de su relación con Isabel Freire: su matrimonio y su fallecimiento tras un parto.

Égloga I

 El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de contar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,                   
(de pacer olvidadas) escuchando. (…)

Salicio:
  
    ¡Oh más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!,
estoy muriendo, y aún la vida temo;                   
témola con razón, pues tú me dejas,
que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.
Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado,                                     
y de mí mismo yo me corro agora.
¿De un alma te desdeñas ser señora,
donde siempre moraste, no pudiendo
de ella salir un hora?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.(…)     

Por ti el silencio de la selva umbrosa,
por ti la esquividad y apartamiento                  
del solitario monte me agradaba;
por ti la verde hierba, el fresco viento,
el blanco lirio y colorada rosa
y dulce primavera deseaba.
¡Ay, cuánto me engañaba!                   
¡Ay, cuán diferente era
y cuán de otra manera
lo que en tu falso pecho se escondía!
Bien claro con su voz me lo decía
la siniestra corneja, repitiendo                  
la desventura mía.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. (…)    

Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?
Tus claros ojos ¿a quién los volviste?
¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?                   
¿Cuál es el cuello que, como en cadena,
de tus hermosos brazos anudaste?
No hay corazón que baste,
aunque fuese de piedra,
viendo mi amada hiedra,                            
de mí arrancada, en otro muro asida,
y mi parra en otro olmo entretejida,
que no se esté con llanto deshaciendo
hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. (…)

Con mi llorar las piedras enternecen
su natural dureza y la quebrantan;
los árboles parece que se inclinan:
las aves que me escuchan, cuando cantan,                   
con diferente voz se condolecen,
y mi morir cantando me adivinan.
Las fieras, que reclinan
su cuerpo fatigado,
dejan el sosegado                                     
sueño por escuchar mi llanto triste.
Tú sola contra mí te endureciste,
los ojos aún siquiera no volviendo
a lo que tú hiciste.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. (…)        

Nemoroso:

      Corrientes aguas, puras, cristalinas,
árboles que os estáis mirando en ellas,                   
verde prado, de fresca sombra lleno,
aves que aquí sembráis vuestras querellas,
hiedra que por los árboles caminas,
torciendo el paso por su verde seno:
yo me vi tan ajeno                                                 
del grave mal que siento,
que de puro contento
con vuestra soledad me recreaba,
donde con dulce sueño reposaba,
o con el pensamiento discurría                  
por donde no hallaba
sino memorias llenas de alegría.

      Y en este mismo valle, donde agora
me entristezco y me canso, en el reposo
estuve ya contento y descansado.                                         
¡Oh bien caduco, vano y presuroso!
Acuérdome, durmiendo aquí alguna hora,
que despertando, a Elisa vi a mi lado.
¡Oh miserable hado!
¡Oh tela delicada,                                       
antes de tiempo dada
a los agudos filos de la muerte!
Más convenible fuera aquesta suerte
a los cansados años de mi vida,
que es más que el hierro fuerte,                   
pues no la ha quebrantado tu partida. (…)

      ¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,
cuando en aqueste valle al fresco viento
andábamos cogiendo tiernas flores,
que había de ver con largo apartamiento                   
venir el triste y solitario día
que diese amargo fin a mis amores?
El cielo en mis dolores
cargó la mano tanto,
que a sempiterno llanto                                       
y a triste soledad me ha condenado;
y lo que siento más es verme atado
a la pesada vida y enojosa,
solo, desamparado,
ciego, sin lumbre, en cárcel tenebrosa. (…)

Divina Elisa, pues agora el cielo
con inmortales pies pisas y mides,                   
y su mudanza ves, estando queda,
¿por qué de mí te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo, y verme libre pueda,
y en la tercera rueda,                                                
contigo mano a mano,
busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos,
do descansar y siempre pueda verte                   
ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte? (…)



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